PREjuicios
Cuentan las hojas volanderas de los cuentos de Cuinto que, en una universidad de EE.UU. cierto día, en el comedor, una alumna rubia cogió su bandeja del autoservicio y se sentó en una de las mesas. Al momento advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar descubre horrorizada que un chico negro se ha sentado en su lugar y, olímpicamente, está comiendo de su bandeja.
Con estupor, la muchacha en un principio se siente agredida, pero unos segundos más tarde piensa que quizás ‘el negro’ no tenga dinero suficiente para costearse la comida y decide sentarse frente al joven y sonreírle. A lo cual el chico contesta a su vez con otra sonrisa, pero de marfil. A continuación, la rubia comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiendo con exquisita generosidad su comida.
Tal es así que mientras ella se toma la ensalada, él apura la sopa; ambos pinchan del mismo plato de estofado hasta acabarlo y al llegar a los postres, él da cuenta del yogur y ella de la pieza de fruta. Todo entre múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, sumamente comprensivas por parte de la alumna.
Al terminar la comida, la chica rubia se levanta a buscar un café y cuál no será su sorpresa al descubrir en la mesa vecina, detrás de ella, su negro abrigo sobre el respaldo de una silla y su bandeja de comida fría e in-tac-ta.