Diario LA VERDAD
21 de diciembre de 2014
La enfermera Todavida
A la izquierda de la parte superior de una de las puertas del Laboratorio de Radiología, Todavida se percata del cuerpo de una araña de jardín colgada de su tela. Con aire entre curioso y turbado la enfermera, a quien su abultado pecho enrojece por el escote, se acerca con la intención de examinar al intruso hilador. «Este abdomen, que segrega la más suave de las hebras, está abocado -se dice-, a desaparecer con una fumigación o con una gamuza». Aquella visión hacía que sintiera de un soplo, el subsidio del encaje, la angosta puntilla guarneciendo las espirales del perdido ser, tan alejado del trepar por las briznas de una hierba o por el tallo de una planta. A Todavida, este nudo en el techo le recuerda la voz del enfermo que tiembla de frío bajo la piel ardiente. A lo lejos, «Enfermera, enfermera...» la tos de una mujer que no se parece a ninguna de cuantas había oído, «le necesitan en la Unidad de Emergencia», llega como un chapoteo espantosamente débil. «Rápido, el respirador. ¿Tiene a mano el laringoscopio? Las constantes vitales, compruébelas con el marcapasos externo».
Durante la comida, los rayos del claro sol de poniente caen sobre la mesa de las enfermeras, las flores, el césped, los árboles que rodean el hospital. «He logrado salvarla». «¿A la paciente de urgencias?». Todavida, feliz por la pronta recuperación, asiente con la cabeza. Piensa, sí, en las pa-ci-en-tes patitas que se mantuvieron, durante los rigores de la urgencia, inmóviles y arropadas. Arropadas entre los pliegues de un bordado pañuelo dentro de uno de los bolsillos de su bata blanca.
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